top of page

You were always on my mind|Cuento

Por: Julio Manzanares




Lo recuerdo sentado en el sillón, sus pies cruzados reposaban sobre la mesa de centro, hábito que detesto. Lo recuerdo como si fuera este momento. Su torso hacia atrás y su cabeza recargada en sus manos, entrelazadas bajo su nuca. Canta con sentimiento, está ebrio, entona Always on my mind. Porta una camisa ajustada, los tres botones desabrochados revelan la fuerza de su pecho y el grosor de su cadena de oro, la misma de la que pende un dije prominente, como su ego; a veces resplandeciente y otras opaco. Balancea la cabeza al ritmo de la balada y al cantar abre la boca, grande, grande, como si quisiera comerse la nostalgia y desaparecerla en su interior.

Maybe I didn't treat you

quite as good as i should have

maybe I didn't love you

quite as often as I could have

little things I should have said and done

I just never took the time

You were always on my mind

you were always on my mind



Como siempre, Elvis Presley le provoca un profundo sentimiento de nostalgia, al oírlo quizá recuerda su poderosa juventud, cuando la fuerza era natural y sus esfuerzos para imponer su ley eran mínimos. Belleza, fuero, dinero y fuerza: infalible combinación. Ahora lo veo cantar y supongo que le pesa su vejez, el momento de su vida cuando imponerse es ya un esfuerzo porque la vitalidad de la juventud se fue, o se está yendo, y porque ahora su legitimidad ante todos, ante nosotros, ante mí, es un asunto que se lleva a controversia. Ahora hay quien ya refuta su poderío, quien se impone ante sus atrocidades: yo, su hijo.



Supongo, y no creo equivocarme, que con los años la culpa de los errores descomunales asalta de manera intempestiva y a veces cruel a la memoria, un día la conciencia se topa con un muro inquebrantable, el mismo que uno construyó, tan alto, con mil errores superpuestos. Por eso él siente más nostalgia quizá, un tipo de tristeza por lo que se quedó atrás, lo que ya no es más, pero también por lo que ya no se puede reparar y tiene consecuencias. Quizá percibe también un tipo de desesperación por ese hecho, porque ese muro altísimo se le viene encima y ya no hay remedio. Años y años imponiendo su ley como si no hubiera otra verdad. Y ahora, para nosotros ya no es nada, no es más que un ser molesto, alguien que estorba.



La canción en voz de Elvis le sigue sonando como hace cuarenta años, le enciende igual aunque ya no es joven, y porque tampoco es anciano. Sin embargo, el porte, la fama y el dinero, también van emigrando de su persona, como algún día lo hizo su fuero. Es el momento en que una segunda adolescencia, o quizá una tercera o cuarta, irrumpe en su mente y las primeras dificultades aparecen en su cuerpo, junto al recuento sorprendente de las décadas de vida. “¿Qué tanto quise y qué tanto pude lograr, qué hice?”, se pregunta y vuelve a sentir que el tiempo pasado fue mejor, por eso sigue cantando, sintiendo las llamas intensas de aquellos años.



Pese a que continúa vocalizando, el canto no lo disuade del debate interno y esa tímida frustración, que rondan sin tregua, como aves de carroña, al vulgar nostálgico. Pero el recuento, con música de fondo, favorece a su soberbia y la lista de seducciones, docenas de mujeres, justifica los errores, la falta de tacto, la descortesía amorosa, la violenta indiferencia y el voraz descaro para con su actual compañera. Y el canto es probablemente una fuga a la huella bien oculta de la culpa, un escape a la disimulada impotencia que le taladra la conciencia, porque no hay momento ni rumbo que seguir para lograr la expiación.

Y el track inunda la casa y reverbera en los muros, y el pasado insiste y se arroja de nuevo sobre su ego, y aunque con timidez lo vuelve a asaltar la culpa, con arrogancia lo enorgullece el recuerdo. Y se aplaude a sí mismo por sus méritos de hombre, aunque en el momento siguiente el recuento lo avergüence. Por eso formula una serie de suposiciones, las mismas que la canción le sugieren, pero al no encontrar remedio, el balance del hombre alcoholizado construye una corrupta justificación: estaba ciego.


Maybe I didn't hold you

all those lonely, lonely times

and I guess I never told you

I'm so happy that you're mine

if I made you feel second best

girl, I'm sorry I was blind



Sí, su actitud en gran medida es de evasión, lo veo. Canta fuerte y con sentimiento desbordado, como si ese momento fuera la oportunidad de desaparecer su responsabilidad, esa que implica una vida dedicada a la malicia, a la crueldad que le sale tan natural. No obstante, el efecto de dicha violencia sobre su esposa y aquellos que lo rodean, le parece una proeza, un regalo virtuoso que la inteligencia y la fuerza le regalaron para salir victorioso casi siempre. Sin embargo, a cierta edad y después de ciertas experiencias, vuelvo a conjeturar, sin duda de equivocarme, el pasado cae de golpe sobre nosotros para hacernos rectificar o para acentuar nuestras actitudes más aberrantes. Hay un cierto remordimiento en él. La memoria, convertida en fuego, lastima su Yo, y el recuento lo confronta, pero no tanto como para propiciar un autoanálisis profundo. Y entonces lo veo cantar y me pregunto si de verdad desea otra oportunidad.


Tell me, tell me that your sweet love hasn't died

give me, give me one more chance

to keep you satisfied, satisfied



Pero no, ni una ni otra. Él simplemente se evade, ni rectifica ni acentúa su comportamiento, pero no deja de identificarse con quien interpreta la canción. Se sabe un perdedor, pero no lo desea reconocer. La vida se le fue después de tenerla entre sus poderosas manos. De joven todo y de adulto nada, nadie, nada: todo lo fue perdiendo. Ahora, al cantar, entrecierra los ojos, como deseando demostrar dolor, pero al mismo tiempo placer: ese es el goce de cantar con nostalgia.

¿Por qué no dijo lo que debió decir? Maldita ceguera: estaba ahí, pero no veía, parecía no ver. La canción sigue y al momento que la entona, mueve la cabeza en señal de negación, es un placer que no cabe en él. El canto lo vuelve apacible, pero violento. Él, en cada oportunidad, se fuga parcialmente de sí mismo. Y el misterio más grande, cuando lo observo cantar, es si goza de su actitud o se arrepiente de ella, de cómo actuó en el pasado.

You were always on my mind,

you were always on my mind,

you were always on my mind...



Ahí está con su melomanía, intentando expresar lo que no puede con palabras, pretendiendo comprender el mundo y logrando explicarlo, a medias, a través de los sentimientos que se cantan, se gritan o se maúllan. “¿Así que no va más allá de las suposiciones?”, me pregunto, en silencio le cuestiono. No sabe si la trató como debió hacerlo o si la amó cuanto se podía, y pese a su cobardía que lo limita a suponer, reconoce que no se tomó el tiempo para decir y hacer aquello que pudo o debió. En cambio, la maltrató, la ignoró, la denostó, y aún así, ¿ella siempre estuvo en su mente? Qué tarde para reconocerlo, qué corta es la vida para arrepentirse, qué largos los años para descubrir que se es un miserable, cuántas son las circunstancias que deben aparecer en la historia de vida para repensarse. Ahora la soledad lo sacude, pero el ego lo rescata.

Por eso, mientras cantaba, yo lo espiaba con sigilo, me ocultaba detrás del librero. Lo recuerdo. Tomé su propia pistola y el odio crecía en mí, un calor interno aumentaba exponencialmente mi temperatura corporal. Su cinismo me sacaba de quicio porque pese al maltrato que aceptaba ejercer, afirmaba que ella estaba siempre en su mente. El estómago se me contraía, el sentimiento de odio me impulsaba a cargar el arma y dispararle, una, dos, tres, cinco veces.


Maybe I didn't treat you

quite as good as I should have

maybe I didn't love you

quite as often as I could have

little things I should have said and done

I just never took the time



La música continuó sonando, yo escuchaba con atención la letra, lo veía boquear como pez fuera del agua. Sus últimos momentos. Se estaba desangrando con los ojos muy abiertos, quizá me veía, tal vez no comprendía lo que pasó, o no podía entenderlo. Todo fue muy rápido, inesperado. Los balazos alertaron a quienes los escucharon. Se abrió la puerta, escuché a mi madre agitada, aterrada. Al entrar intempestivamente y ver la escena, gritó: “¿Qué pasó?”. Me vio con el arma, yo estaba petrificado, en mí resonaba la canción, me enardecía la cobardía de la letra aún. Sólo moví los ojos hacia ella, mi cuerpo seguía inmóvil. Me exigió dos respuestas e hizo una afirmación: “¿Qué hiciste? ¿Por qué lo hiciste? ¡Es tu padre!”. A los dos cuestionamientos respondí, todavía como estatua de sal y con la pistola detenida fuertemente con mis dos manos, temblorosas: “Lo maté, lo hice por ti”.



 

#Elvis #Cuento #YouWereAlawaysOnMyMInd

0 comentarios
bottom of page