Siete astillas del libro Baobab|Poesía
1.
En días malos
me sostiene la espalda
que se me fue rompiendo
cuando jugaba a los accidentes
mortales y aún palpita,
sendero de fósiles
torcido de sur a norte,
camino sinuoso de calcio
desmembrado.

Granítico, el dolor
echa raíces. Comienza
en un punto y se extiende
―velo de piedra―
por el torrente cervical
hasta el suspenso inédito
de mis caderas. A veces
siento que me están
naciendo alas.
Otras veces,
en noches de huesos
oxidados y astillas animales
lastimadas por el agua
y el corazón de los nimbos,
subo a las orillas del vacío,
camino recta, firme, iluminada
sobre los cables de luz
hasta que nada duele
y brillo.

2.
Qué día de maravillas:
sólo he pensado
dos veces
en matarme (fue antes
del café reglamentario)
una mañana espléndida
para mover montañas
como un sonriente
árbol degollado
que juega al ajedrez
contra el invierno.
Es un día extraordinario
para ponerse del lado correcto
del césped y echar raíces
y arrojar la muerte
como un zapato a la basura

un martes asombroso
portento de soles
y de giros
para bailar borracha
sobre mi propio ataúd.
3.
Convertida en escombros,
analizo mis huesos:
luzco marimba y dinosaurio,
pez pautado con cresta
bailando al son de un electrodo.
Duermo lejos del agua,
hierba arriba,
contando vértebras sobrantes
que toman decisiones
por sí mismas:
quizá me falta espalda
o algo de amor que estire
la canción espinal
de mi cadera.

Todo en mí cruje
como un árbol que canta
levantándose: la vida entera
se reduce a ese canto
por donde a veces
desfilan mis poemas
y a veces desfilan mis navajas
(en mis sueños soy joven,
aún no he perdido la cabeza,
el sexo es peligroso
y yo vuelo).
4.
He esperado noticias desde el Norte.
Nadie sabe si he muerto, si vago
noctámbula en la curva de los cuchillos
o soy una estatua de sal.
Las palomas me evitan en invierno.
Dicen los demás que cuando me fui
llevaba conmigo un cardumen de flores
ebrias
y el ónix de mis padres
extendido en mis barcos
(estar perdida se parece a estar quieta
bajo los huesos molidos del sol
en un desierto imaginario
que sólo yo imagino).

El reloj es un metal ajeno
para los ausentes: en desmemoria
circular lleva el agua que
nadie pudo llorarles. Están solos.
Estar perdida es mi manera de estar sola
y estar sola es mi forma de predecir la alquimia
de mi sangre / su laboratorio de agujas:
las noticias irrumpirán suspendidas
en el cuarzo del tiempo,
palabras en un sobre mineral
que habré de leer tendida en la falda
de mi madre muerta.
Alguna vez me creí invencible.
Mi casa era el Sur y en las manos
me crecían peces de tierra
fértil, frutos rojos, ardientes azafranes.
Pero entonces no estaba hecha de mapas
y vivía lejos del Trópico de Escorpio,
donde el Norte es el futuro que retorna,
la epifanía
con sello caducado.
Cuentan que estuve ahí,
que es rojo, huele al pan acre
de la primavera
y regresé un poco enloquecida
(cómo va a saber una:
el porvenir es mejor cuando
se extingue: aguardar es la navaja
del extravío, el filo de Pandora
a punto de lanzar todos sus males).

Desde hace unos días
―largos, eternos minutos de uñas cortas―
llevo una carta entre los dientes.
La envié yo
y yo me niego a abrirla.
5.
He decidido ir a echar raíces en el cielo.
Sucederá algún día: las estrellas
me llaman. Ignoro si esa pulsión zodiacal
es mi destino o si debo atarme a esta tierra
que no me nombra y a la que nada he dejado
en mi recuerdo.
Volar, volar a ojos cerrados.
Elevarme sin goznes ni crujidos.
Me han dicho que allá arriba nada duele,
que no existe este miedo terrible;
uno puede ser árbol en lugar de silencio
y el vacío no es más este temblor, este óxido mercurial
fijo en las venas, este canto de un cuerpo lastimado.
Vivir es fácil.
Lo difícil es soltarlo todo.

6.
He decidido no morir
mis flores suicidas hoy echaron raíces
en un vaso de vodka
pozos embriagados de aguaceros
caudas perdidas ellas
sin saberlo
en el sonriente polvo de la esperanza
que arde en mis dedos como un cigarro a medias.
Siempre quise
elevar cometas igual que columpios
ser un lugar adonde ir un código postal
una buena noticia
he decidido hacerlo
contra mi voluntad inquebrantable
de enloquecer los martes y los sábados:
amigos
vengan a salvarme
de la terca felicidad del floripondio
y el hachís de la noche.
No es la primera vez
que desando la ruta desde los vidrios
rotos hasta esas tardes
cuando las luciérnagas de la piedad
se infiltran en el corazón de los desconocidos
y puedo acercarme a ellos
justo antes de incendiar la casa
emborrachándome
con un ramo de globos.

Pero justo hoy he decidido
no morir
y entregarme a la datura
de los días al vino coloquial de la fe
a la certeza de ser amada
porque es mi voluntad asirme en plena calle
del centro de la Tierra
baobab dispuesto a florecer en la batalla
y elevarse.
7.
Árbol de mí,
estaca en tierra,
fue mi destino raíz
yacer profunda y vertical,
crecer torcida con terquedad
de caracola, otoñar
entre pájaros.
No hay rebelión sin alas.

La mía,
una imposible,
consiste en alcanzar
el cielo con mi cuerpo
de árbol.
Mi sed raigambre
―hendidura en el suelo―
me conduce hasta el inicio
de la gran explosión.
Mi poder es alzarme
con el metal del agua,
volar mientras me hundo
en el fin de los tiempos.
Soy un baobab.
No pueden derribarme.