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RETRATO DE UN VIRUS (EL ARTE DE LA EPIDEMIA)

Si hay alguna obra de arte que refleje los estragos de La Peste, en todo su horror, es El Triunfo de La Muerte de Pieter Brueghel (el Viejo), pintado por allá de 1562. Se trata de un óleo sobre tabla de poco más de un metro diecisiete de alto y metro sesenta y dos de largo, es decir, una pintura no muy grande, pero que representa una visión colosal, épica, mostrando con gran detalle la entrada triunfal de un ejército de calaveras que arrasa con una ciudad y deja su horizonte en llamas. En medio del cuadro, está La Muerte, montando un corcel esquelético y portando su inmensa guadaña, con la que se dispone a cegar la vida de cientos de miles de un solo golpe, tal como predicen los expertos epidemiólogos que seguirá ocurriendo en México y otros países, como Brasil o nuestro vecino del norte, Estados Unidos, cuando la curva de contagio se eleve aún más en estos territorios; tal como ocurrió ya en varias naciones del mundo, en las que se creía rebasada la pandemia, como China y algunas ciudades de Europa; Y de ser así, el número de enfermos de neumonía seguirá creciendo, y por ende el número de defunciones aumentará, debido a la indiferencia y/o negligencia de la los gobiernos y población desinformada y/o incrédula, que no puede o se niega, a acatar las recomendaciones de la cuarentena.


El Triunfo de la Muerte por Pieter Brueghel el Viejo

Descarrilando así los risibles intentos por imponerla, de nuestros estados fallidos alrededor del mundo, cuyos sistemas de salud eran sólo una fachada avariciosa, un cascarón vacío, sin una verdadera preparación para encarar un mal de esta magnitud, o siquiera la intención.

Otra imagen que me persigue desde mi infancia, por su poder, belleza y contundencia, es El Jardín de las Delicias, de Hieronymus Bosch, mejor conocido como El Bosco. Todo lo que se deba decir sobre esta, su obra maestra, seguramente se ha dicho, pero hoy en día, en un momento para reflexionar sobre el pasado, el presente y el posible devenir de nuestras sociedades, esta obra magistral de don Jerónimo parece tener mucho que decir, a más de quinientos años de su creación. Se trata de un tríptico de óleo de dos metros treinta de alto, con un lienzo sobre tabla al centro de tres metros ochenta y nueve de ancho, acompañado de dos lienzos más a los lados, de noventa y siete centímetros de ancho. En ellos, que se leen como arte secuencial, primero se representa el inicio de la humanidad con el mito de Adán y Eva, quienes se aprecian conversando amablemente con Dios padre, antes de que se encabrone por lo del fruto prohibido, en un ambiente paradisíaco donde se puede apreciar la Serpiente en el Árbol del Conocimiento, además de muchos seres fantásticos, entre los que se ve claramente un unicornio, bebiendo de un estanque.


El Jardín de las Delicias por El Bosco

Después, en la parte de en medio, nos encontramos con un enorme bacanal, una orgía de miles de creaturas insólitas, y muchos seres humanos de ambos sexos y todos colores, quienes junto con este gran bestiario representan una era de absoluto descontrol y un tiempo para la culminación de todos los deseos. Entregados por completo a los placeres mundanos, la satisfacción de los sentidos y el goce terrenal en sus expresiones más extremas, e intrépidas, vemos asombrados un sinfín de personajes exóticos, plasmados en este lienzo representando la cima de los sueños colectivos de nuestra especie, con una atmósfera onírica en donde cada rincón está habitado por toda clase de maravillas, y los caprichos más absurdos se conceden, como volar sobre hipogrifos o participar en un desfile de quimeras andantes, montando cual corcel, por ejemplo, un felino colosal.


El Jardín de las Delicias por El Bosco

Es una era de caos, pero aún radiante de libertad y poder, una visión de gran hermosura, un éxtasis global que sin embargo parece fuera de control, como si la moral cristiana estuviera lista para condenar esta fiesta al parecer interminable.

Y así lo hace el Bosco, quién tenía siempre una visión ética de los mensajes que aportaban sus obras a la psique colectiva, de modo que casi siempre hay una moraleja en sus cuadros, como la que se ofrece en El Jardín de las Delicias, pues en el tercer lienzo sobre la madera de este tríptico, vemos la representación más célebre del infierno, en la historia del arte, quizás solo junto a los grabados de Doré para La divina comedia de Dante. Pues en este último óleo, Bosch se esmeró en representar lo que desde entonces y hasta la fecha es la visión más perturbadora y fantástica del averno que se haya pintado.



En nuestros tiempos, solo la obra de H.R. Giger se puede comparar con tal oscuridad, perversidad y misterio (por cierto que hace poco, antes de la cancelación de todos los eventos culturales públicos, por el maldito virus, tuve la fortuna de asistir a la única exposición que se ha realizado en México de Giger, con la obra original de este maestro de las artes oscuras).



Las apariciones imposibles que habitan la obra de Jheronimus Bosch, particularmente en su pesadillezca representación del Reino de Satanás, persiguen a quién la haya visto, en representaciones plasmadas en libros, o quienes han tenido el honor de presenciar el tríptico en vivo, en el Museo del Prado, de España, una hazaña que hoy en día se antoja imposible, con todos los museos de Europa cerrados debido al Corona Virus.



De regreso al Infierno, del Jardín de las Delicias, allí se ve a la humanidad condenada por su arrogancia e irreverencia, y se aprecian monstruos de las más variadas formas, sometiendo a los pecadores a castigos indescriptibles, todo ello representado entre niebla, llamaradas como de un campo de guerra, en sí un paisaje de absoluta desolación y terror, pero todo esto pintado con una poesía muy particular, el estilo y los trazos únicos y perfeccionistas, además de la imaginación desbordada del maestro Jheronimus Van Aken, un pintor a todas luces iluminado y genial, mejor conocido en las altas esferas del cielo, o los anillos más bajos del inframundo, simplemente como El Bosco.


El Bosco

Y ya que estamos homenajeando grandes artistas visuales, permítanme una hoja en blanco, a manera de minuto de silencio, para que descanse en paz el maestro Albert Uderzo, incomparable artista detrás de Asterix y compañía (los galos irreductibles que resisten ahora y siempre al imperio romano invasor), quien murió el pasado 24 de marzo de este atroz 2020, en su casa de los Altos del Sena, en su natal París. Y aunque se llegó a reportar entre las fake news de cada día, que falleció víctima del Corona virus, la verdad es que la causa fue una falla en el miocardio, o ataque al corazón, a la edad de 92 años. Uderzo, junto con René Goscinny, escritor de la saga, desarrollaron las muchas aventuras de Asterix, Obelix e Ideafix, excepto la más reciente, La hija de Vercingétorix, editada en 2019, la cual ya fue hecha por una siguiente generación de artistas que emulan su estilo, y que fueron heredados con esta enorme tradición del cómic francés. A lo triste de este acontecimiento, entre las curiosidades de esta novela gráfica, se suma un extraño personaje que aparece en su trama como un antagonista de los héroes, llamado precisamente Corona Virus. Es un villano tramposo que los enfrenta en una carrera de aurigas, al estilo de Ben Hur, quién les saca buena ventaja, antes de ser finalmente derrotado. Como finalmente será, contra esta mentada epidemia, en nuestra propia carrera contra la muerte y el contagio, tenemos que creer que finalmente será derrocado, este maldito Virus que ciñe la Corona.




Finalmente, me gustaría recomendarles una película de animación, una de las pocas adaptaciones dignas de los Relatos Extraordinarios de Edgar Allan Poe, parte de una serie de cortometrajes animados por distintos artistas, cada uno con una técnica diferente, desde caricaturas al viejo estilo, hasta creadas por computadora, todas bajo la batuta de un tal Raúl García. Cuenta además con las voces de grandes actores como Bela Lugosi, el viejo Drácula en blanco y negro, de Ted Browning, y entrañable personaje del Ed Wood, de Tim Burton; también aparece Sir Christopher Lee, el inagotable villano por excelencia del viejo y el nuevo Hollywood, además de la voz del director Guillermo del Toro, un nuevo maestro, convertido en clásico instantáneo del cine de monstruos. Todos ellos prestaron sus voces para estas narraciones asombrosas, en un proyecto de bajo presupuesto pero que es mucho mejor que tantos otros pobres intentos de adaptar el genio oscuro y retorcido de Poe, su inalcanzable poesía, tan brillante y siempreviva. Esta película viene a cuento porque cierra magistralmente con La Máscara de la Muerte Roja, uno de los relatos más bellos y terribles del maestro, autor de El Cuervo, El Gato Negro y una célebre lista de joyas literarias… (de este último también hay una adaptación decente, del maestro Stuart Gordon, en la excelente serie para tv, Masters of Horror). La animación de La Muerte Roja es muy atractiva, colorida, fluye con elegancia y amor por el trabajo de Poe, y aunque es un corto completamente mudo, la historia se narra con calidad y mucho respeto por tan elegante obra escrita.



Cuando era joven, participé en el montaje de una adaptación de este cuento con un grupo que mezclaba la danza, el teatro y el erotismo, y grabé con mi voz el inicio y el fin, tal como está escrito, hasta que lo memoricé y podía recitarlo a placer. Fue una experiencia sumamente satisfactoria, rendir este pequeño homenaje al maestro del terror y el misterio, un montaje pequeño pero inolvidable, con mis amigos actores y bailarinas.



Permítanme recordarles esas letras incandescentes en mi memoria, para explicar por qué esta breve historia tiene tanta relación con la pandemia que ha puesto a medio mundo de cabeza, tras la irrupción desgraciada del malnacido Corona Virus:

La “Muerte Roja” había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era su encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que aislaba de toda ayuda y toda simpatía. Y la invasión, progreso y el fin de la enfermedad se cumplían en sólo media hora…


Como se puede leer, la Muerte roja era una plaga mucho más grave y mortífera que ninguna jamás vista, cuando el Corona virus parece ser la punta del iceberg de nuevas y extrañas enfermedades, que amenazan con hacer naufragar todos los titánicos intentos del hombre, para dominar la naturaleza. La historia del cuento es sencilla, pero dura y maciza, como se puede leer en el fragmento superior, y versa sobre una peste extremadamente contagiosa, que azota la antigua Europa, destruyendo su sistema feudal en cuestión de meses, y poniendo al pueblo de rodillas ante un mal incontenible, al cual llaman la Muerte Roja. Los únicos personajes son el Príncipe Próspero y el espectro de la Muerte en sí, quienes se confrontan al final, en la madrugada de una bacanal de asombros y disfraces sensuales. Es una magnífica mascarada con la cual el Príncipe, su séquito y algunos nobles, además de los artistas invitados y un puñado de sirvientes, ingresan a una forzada cuarentena celebrando una gran fiesta. Enclaustrándose en una abadía fortificada, la realeza se refugia para abandonar al pueblo a su suerte, condenados a una extinción segura, mientras una selecta burguesía pretende sobrevivir y conservar sus privilegios.



Exactamente como sucede hoy en día, en todo el mundo donde ataca el virus. Un mal traído por los privilegiados, en sus viajes de negocios y placer por el mundo, los mismos que, con todos sus fieles subordinados, ahora condenan a aquellos miserables que no pueden refugiarse del virus ni del trabajo nuestro de cada día. Incluso se publicó, al inicio de esta pandemia, que el gobernador del estado donde yo habito, un afamado futbolista, hizo lo propio, recluyéndose en alguna casona de seguridad, en algún paraje remoto de nuestra eterna primavera. No se le puede culpar de querer salvar el pellejo. Por suerte para los miserables, es una enfermedad, que, para variar, atacó primero a la gente pudiente, a los VIP’s, a la gente bonita. Pero poco a poco, se abre paso en su intento de llegar hasta las raíces más profundas de las naciones, hasta sus pueblos indígenas, de por si totalmente segregados y abandonados por un sistema de salud famélico, relegados desde siempre a su suerte. Ahora se enfrentarían a una posible extinción, si este poderoso virus alcanzara sus pueblos, las raíces del México profundo, que le dicen. Desde arriba y hasta abajo, las plagas no tienen distinción de sexo, raza, condición social o edad, nos barren como una tormenta de arena arranca un oasis. A continuación, les ofrezco el terrorífico final de este sangriento relato:

Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas manchadas de sangre, y cada uno murió en la desesperada actitud de su caída. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas de los trípodes expiraron. Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo.”

Esperemos este no sea el destino de todos nosotros, mientras el pueblo bueno y sabio debe elegir entre la vieja opción de morirse de hambre en casa, o la nueva de arriesgarse a contraer la neumonía de COVID-19, al salir a trabajar. Es decir que con esta Pandemonia, hay de dos sopas primitivas: un plato está vacío, y el otro, incluye gratis una mosca intergaláctica.

Buen provecho, estimados lectores y únicos amigos, hasta la próxima semana, o la próxima vida, según se vea su vaso: medio vacío o medio lleno, de puro mezcal de agave, o agua sucia de la llave… Salud.

 

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