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CUANDO EL VIRUS LLEVA LA CORONA I

Bienvenidos al Futuro. Cuando empezó todo este desastre del jodido virus, me encontraba a punto de someterme a una operación de la nariz, por un estúpido tabique chueco, en el hospital de Neurología y Neurocirugía. Fue una septoplastía muy necesaria, según mi doctor, pues desde siempre y cada vez más, se me dificulta respirar y dormir bien; Y aunque estuvieron a punto de cancelarme la cita, programada ya para el 18 de marzo del 2020, mi amable doctor me hizo el paro y procedió con la cirugía, advirtiéndome, vía teléfono celular, que si no lo hacíamos de volada, o sea al día siguiente, ya podía olvidarme de todo, pues el hospital se preparaba para la cuarentena, a recibir cientos de contagiados, y detendría sus funciones normales para atender la crisis, de modo que cualquier intervención quirúrgica irrelevante y de rutina como la mía, quedaba fuera de vista.



No pude negarme. Era una ganga, y no solo por el precio, que fue mínimo, pues es un instituto del gobierno, pero además porque mi hermano, el doctor Jesús Ramírez Bermúdez, neuro-psiquiatra y escritor, trabaja allí desde hace años, y por si fuera poco, también les agradezco a todos ellos, por la extrema amabilidad de reservarme un tiempo en el quirófano, esa mañana de marzo, en que ya entraba en vigor la fase 2 de la contingencia, derivada de la pandemia nuestra de cada día. Los tiempos oscuros ya se anunciaban, ominosos, en el atardecer radioactivo del horizonte, con fanfarrias y trompetas celestiales, entre nubarrones tóxicos.



La alerta comenzó con toda la fuerza de los megáfonos virtuales, en todos medios de comunicación masiva, desde radio y televisión, pasando por los tabloides impresos, tales como periódicos y revistas locales y de circulación nacional, hasta las mentadas redes sociales, refocilándose en su papel de nuevos amos de una verdad tergiversada, y conformando todos una campaña de publicidad casi militar, nunca antes vista, con la decidida pretensión de concientizar a la población, pero remixeada con una buena dosis de histeria colectiva, mientras la ciudadanía se deslizaba lentamente hacia un negro porvenir; Y las autoridades, melindrosas pero inefables, al igual que un servidor, cedían a la presión internacional y se preparaban para acatar las indicaciones de la ciencia médica globalizada, los terroríficos estudios y predicciones de epidemiólogos expertos en un mal desconocido hasta ahora. Todos ellos emanados de los hospitales y las universidades en países donde el virus ya comenzaba a devorar vidas inocentes, y a corromper el tejido social de dichas poblaciones, desde China y hasta Europa, cruzando el Atlántico en cuestión de días, hasta los Estados Unidos de Norte américa y luego a México, tomando por asalto al Ecuador con consecuencias tan devastadoras, que las imágenes provenientes de esa nación parecían increíbles.



Aquí, el gobierno, aunque primero reticente, finalmente se vio obligado a detenerse un momento para dar el ejemplo, y posteriormente se pretende imponer medidas de control sanitario cada vez más estrictas, con la esperanza de contener una plaga muy infecciosa, que deriva en una neumonía potencialmente mortal (pero también ataca el corazón y hasta el aparato digestivo), en especial para un buen sector de los habitantes del mundo, los más vulnerables, en este caso niños y ancianos, personas con padecimientos crónicos.

Fue en ese contexto, después de partirme la madre en dicha operación narizona, aún un poco drogado con la anestesia y los painkillers, pero ya alojados en un bonito departamento, (rentado vía internet, por la zona de los hospitales de Tlalpan), que le sugerí a mi novia, Karen Lizama, que me acompañara a ver una de mis películas favoritas: el temible Séptimo sello, una de las obras emblemáticas de Ingmar Bergman, y del cine “de arte” per se. Desde luego fue mi padre, el laureado escritor, don José Agustín, quién durante mi infancia me inculcó el amor por el cine de Bergman, y particularmente esta película, donde la Peste, la Guerra, el Hambre y la Muerte, son los protagonistas subliminales.



La Muerte, de hecho, es un personaje físico en la película, interpretada por Bengt Ekerot, sin ningún maquillaje o efecto especial, solo una mortaja negra cubriéndolo casi por completo, salvo por su rostro intenso y expresivo. Su contraparte es el recién fallecido Max von Sydow, actor fetiche de Bergman y el antihéroe del filme, Antonius Block, quien se disputa un juego de ajedrez con la Parca. Apostando su vida, intenta prolongarla un poco, para llegar hasta la mujer que abandonó en un castillo europeo, hace años, antes de irse a pelear a medio oriente en las inútiles Cruzadas.



En un camino plagado por la Peste Bubónica, y en país arrasado por el caos, observa cómo su fe se derrumba, sin hallar consuelo en los dogmas divinos. Sin embargo, persevera, con sus últimas fuerzas, en el intento de realizar algún acto de bondad suprema; Se aferra a su buena voluntad, y pretende hacer el bien, aunque solo sea una vez, como un verdadero caballero andante y quijotesco, para así, quizás, ser agradable a un Dios cruel e indiferente, pero sobre todo a sí mismo.


Uno de los momentos clave de la película, es el monólogo del monje loco, un pregonero apocalíptico, que dirige una procesión de almas en pena, un desfile grotesco de apestados y fieles, sacerdotes trasnochados y devotos ciegos que vagan errantes, flagelándose y arrastrando pesadas cruces. Se lamentan de pueblo en pueblo, advirtiendo a los pecadores que el Fin ha llegado, y el advenimiento de las escrituras según san Juan es inminente, pues ya retumban en el cielo las siete trompetas llamando al Juicio final.



Van por los caminos, alimentando a las ratas que los siguen, con la sangre infectada que brota de sus propios latigazos, pues aquellos mismos que predican y rezan para salvarse de tal destino, portaban el virus de La Peste, y así lo transmitían de nuevo, perpetuando el mal en un círculo vicioso de parásitos despiadados e insaciables, contra anfitriones inconscientes y perfectamente inadvertidos, mientras deliraban con supersticiones macabras y oscurantistas. He aquí ese monologo del cura:

–¡Dios nos ha sometido a un Juicio condenatorio!, Todos seremos entregados a la Muerte Negra, todos los que están allí, mirando sin ver, oyendo sin oír, como espantapájaros… Y vosotros gordos como cerdos, ¿no sabéis que ha llegado vuestra última hora?!... La veo, la Muerte está a vuestra espalda, os mira amenazante, lleva su guadaña, la esgrime ahora sobre vuestras cabezas con su filo aguzado, ¿A cuál de vosotros cegará primero?, a ti, infeliz, que muestras la estúpida expresión de un pavo, y quisieras apartar de ti este tremendo cataclismo… ¿sabes si al atardecer, habrás dado tu último graznido?!, y tú mujer, amasijo impúdico de pecado e inmundicia, ¿no te apagarás con el ser que late en tu seno antes de que amanezca?, Y vosotros, que solo pensáis en cebar vuestra carne embotada de gula, ¡¿pensáis que seguiréis emporcando la tierra con vuestro sucio estiércol?!... ¡No, sabedlo todos, necios y locos!: Todos moriréis. Hoy, mañana, aquí mismo, ahora. Porque todos habéis sido condenados por Dios a la Peste Negra. Estáis Malditos, todos, ¡Malditos, malditos!

Esta clase de advertencias y condenaciones, se han vuelto muy comunes en esa realidad aparte de la internet, hoy en día, en que el Virus de la Corona se ha desatado por el mundo, y a todas luces se asemeja con la ruptura de uno de los sellos profetizados por san Juan en su temido Apocalipsis, la historia sacra del retorno de Jesucristo como un juez y verdugo implacable.

Pero, entre líneas, se puede ver que en todo el mundo, la conciencia de la humanidad ha sufrido un sobresalto, un susto difícil de sacudirse, y aun cuando se busque refugio en la ciencia o la religión, no hay mucho consuelo en los viejos argumentos de una discusión que lleva siglos. Se percibe una inquietud entre buena parte de los terrícolas, se intuye que todos escuchamos pasos en la azotea de la Tierra, es el desasosiego por la pandemia global. (¡Continuará!...)

Aquí te dejamos la película completa por si te animas a echarle un lente...


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